martes, septiembre 18, 2012

medronho

.
Cohen y el Diavolo.
.
(w.t.f.)
.
Y la luz de Alentejo
que tiñe mi piel
com saudades do medronho.
.

martes, agosto 28, 2012

Ultramar




Sombra se extingue en Alentejo
.
Las rúas empedradas
aúllan ante el alarido
solar que las araña.
.
Blancos los picaportes
exhalan
aires que a lo lejos se tornan
perennes.
.
En algún otro tiempo
el viento rozará tu cara y
maquillará tu rostro
con partículas de esta misma piel
que fallece ante su caricia.
.
Se marchita la cáscara. Ausencia
marca el redoble.
.
Ocaso insiste
en hundirse
hacia
ti.

.

viernes, julio 06, 2012

En ti



En ti.
En tu epidermis.
Fundida en tu sudor
en tus esencias.
.
Rastreo el hierro de tu sangre,
me consumo en tu hemoglobina.
.
Estoy en ti.
Permeada en tus humores
entre tu aliento y saliva.
.
Te busco
y trato de encontrarme
en la guarida de tus venas.
.
Habito en ti.
.
En una sola carne
dividida.
.

Voz


.


El eco sordo de un timbre lejano
habita de pronto mis días
gesticulantes.
.
El pecho, el cabello, los ojos,
las manos.
.
Tus manos.
.
Entrañas de un templo remoto
del que pende mi vida.
.
Cuna del ámbar.
Fuelle de mis sentidos.
Métrica de mis días.
.
Hálito tenue.
.
Encapsulado.
.

martes, junio 26, 2012

Jamonepsis


Introducción

Esta tarde es distinta. Es la primera vez que compraré un libro desde que llegué a Sevilla. Luego de tantas privaciones, viviendo con cien euros al mes, siento como si algo trascendente fuera a ocurrirme. Me arreglo como si fuera a tener una cita y me predispongo a pasar el tiempo necesario en la librería: quiero comprar algo que me sorprenda y que me sirva para hacer mi trabajo sobre literatura actual. Así, emprendo la marcha hacia la calle Tetuán y me interno entre todas esas ideas y hojas de papel. Luego de un tiempo indefinido, salgo con Una forma de vida de Amélie Nothomb y con 15 euros menos. Con un poco de prisa regreso a casa, abro una bolsa de dátiles y me preparo un expresso, le agrego un par de hielos, me pongo cómoda y observo el libro que tengo entre las manos. Contemplo un rato la fotografía de la escritora y me pregunto qué va a contarme este personaje, que en sí misma parece todo un personaje. Comienzo a leer y en la primera página ya estoy sorprendida: En efecto, Amélie Nothomb es el personaje de Amélie Nothomb. Algo así como lo que hago ahora: soy yo, escribiendo de mí misma. Lo primero que cuenta Amélie, es que recibió una carta de alguien desconocido y la transcribe. Me cautiva el hecho de que una novela tan reciente, se base en un hecho literario tan antiguo como el de escribir cartas. y además, me identifico por otras razones, y en otras circunstancias, yo a veces también recibo mensajes de algún desconocido a través de las redes sociales, como es el caso de éste, que recibí justo el día de hoy:

Buen día Itziar: Me llamo José. Estuve viendo tu perfil y tengo que decirte que me pareces una mujer muy atractiva e interesante. Me gustaría conocerte. Si te parece bien, podemos iniciar una correspondencia. Me parece que tenemos varias cosas en común y que podríamos tener una buena amistad. Si estás de acuerdo, espero tu respuesta. 
José.

Amélie Nothomb cuenta en pasado una experiencia que de alguna manera, yo estoy viviendo en el momento presente, así que decido comenzar mi trabajo “estilo libre” siguiendo las pautas que me va trazando la novela y ver si de alguna manera puedo empalmar mi historia con la de Amélie. Me parece un experimento interesante, que quizás me lleve a matar varios pájaros de un tiro: Hacer mi trabajo, escribir una especie de relato y entresacar algunas de las claves de esta escritora, que desde este momento, ya me tiene cautivada.

Desarrollo

He logrado sobrevivir en Sevilla gracias al hospedaje que conseguí a través de la Universidad. Así llegué a casa de Teresa, una señora de 86 años que vive sola en un palacio del siglo XVII. Teresa pertenece al Opus Dei, así que va a todas las misas y reza todos los rosarios que puede. Remata el día echando agua bendita en las sábanas de su cama “para que el demonio no se vaya a quedar ahí escondido”. A mi me hace gracia que una mujer de esa edad sienta que todavía puede tentar al mismísimo demonio. Después de celebrar este ritual, voy a mi habitación y retomo mi lectura de Nothomb. Me doy cuenta de que su manera de contar las cosas, con un estilo sencillo y directo, como si se tratara de una conversación entre amigos, me envuelve y me hace sentir tan cerca que podría decir que soy su confidente. Me muestra sus pensamientos de una manera sincera y directa, desnuda, como si uno hablara con uno mismo. Al mismo tiempo me aporta datos de sus personajes; es decir, de ella misma y del soldado que le escribe cartas; de su entorno, de los posibles escenarios y circunstancias. Analiza la carta y las posibilidades que pueden desprenderse de ella. Todo es verosímil. Entro a internet, busco información sobre ella, una personalidad cautivadora. Recuerdo entonces el mensaje de José, decido entrar a su perfil y mandar una respuesta:

Hola José, gracias por contactarme, aunque los detalles que se pueden saber sobre alguien en una red social en realidad son pocos. Así que, ¿qué me cuentas de ti? Saludos. 
Itziar.

Amélie Nothomb continúa su historia intercalando, mediante analepsis, historias paralelas que nos acercan aún más a ella misma y que hacen aún más creíble la historia que nos cuenta desde el principio. Todo se va integrando de una forma tan natural y coherente que la novela adquiere una estructura completamente sólida. Me hace pensar en la conexión retrospectiva que nos permite unir puntos aparentemente distantes en una relación directa y cercana. Busco en internet información sobre los soldados americanos en Irak, miro sus fotos para hacerme una idea de qué cara podría tener su personaje. De pronto, en tiempo real, descubro que José ha vuelto a escribirme:

Itziar: Gracias por tu respuesta. Tienes razón, un perfil en realidad no dice mucho de uno. Te cuento que tengo una empresa de jamón ibérico bellota, lo cual me he permitido hacer algo que me apasiona: viajar. Te mando unas cuantas fotos para que me pongas cara y sepas más o menos como soy. 
Saludos


Leo el mensaje y analizo el texto con calma: José dice tener una empresa de jamón, un producto que, en estas tierras, parece más sagrado que la hostia, y eso ya es decir. Me remonto a los primeros días que pasé en Sevilla. Lo primero que hice fue buscar inútilmente un estudio para practicar yoga tipo ashtanga. Encontré sitios de hatha y kundalini, dirigidos por profesores que piensan que por tenerte sentado una hora diciendo om, alcanzarás la iluminación; cobrándote además, no poco dinero. Así que, como no me interesaba pagar por una iluminación que se puede conseguir gratis a través de tanto sol que hay en esta ciudad, me decidí a salir a correr todos los días. Así, llegué al Parque de los Príncipes. Tras un par de semanas de ir asiduamente, entablé amistad con un jardinero del parque. Un hombre joven, fornido y alto, con un perfil como de descendiente del emperador Trajano. Una barba perfectamente recortada, nariz recta  y ojos castaños, serenos y benevolentes. Al principio pensé que estaba cometiendo traición a la patria, pues me pareció que podría ser la reencarnación de Hernán Cortés; pero no, su actitud no era la de un conquistador cualquiera. Total que entre pláticas sobre adelfas y pitusboros, terminé preguntándole sobre lo mejor de la comida andaluza, a lo que me respondió sin duda alguna:
–Lo mejor que hay en el mundo es el jamón.
–El jamón –repetí un tanto escéptica.
–Claro, nada se equipara a un buen jamón –aseveró como si fuera lo más natural del mundo–. Quizás una buena pierna de jamón solo sería comparable a una buena pierna de mujer… y aún así… un jamón bien cortaíto

Yo que siempre creí tener buenas piernas, descubro que en Sevilla, ante una pierna de cerdo, es mejor echarlas a andar y buscarse algún vegetariano. Abro el archivo adjunto y veo imágenes de un hombre delgado, como de 45 años, en los escenarios más diversos: la playa, las montañas, Londres. Parece alguien normal. En un último esfuerzo, antes de irme a dormir, le respondo:

José: Tus fotos son muy interesantes, se nota que te gusta ver el mundo. Perdona mi ignorancia, en realidad no conozco mucho de jamones. Me explicarías ¿qué tiene de particular el jamón bellota? Buenas noches. 


Sevilla es una ciudad irresistible. Aunque tengo mil cosas que hacer y dejar listas antes de irme a lavar platos a Ámsterdam en el verano, el solecito, la brisa y el cielo azul me impelen a dejar a Amélie Nothomb y salir a la calle. Desde hace tiempo quería visitar La casa de Pilatos, lo había aplazado por aprovechar un miércoles en la tarde en que la visita es gratis, así que, ya que hoy es justamente miércoles, salgo con la esperanza de no perderme en los laberintos sevillanos y conocer este lugar que me atrapó desde la primera vez que pasé por ahí. Sin muchos problemas doy con el sitio, pido la audioguía y simplemente con entrar y ver el patio del palacio estoy transpuesta. Nunca había visto algo así. Un palacio medieval que se ha conservado intacto, adornado con estatuas romanas, arquitectura mozárabe, jardines de ensueño y una cantidad de mosaicos, que mis pupilas se sienten totalmente saciadas de colores. Además, me dicen que el dueño de la casa fue“Don Fadrique, Primer Marqués de Tarifa”. Escuchar mi apellido en el nombre de otra persona, que vivió hace siglos por aquí, provoca que me emocione. Me siento en una banca y me quedo contemplativa. Entonces se acerca un guardia y entablamos una agradable plática:
–Sí, los moros eran muy listos –me dice refiriéndose a la arquitectura–. Lo único malo, es que los musulmanes son muy radicales.
Un guardia sensible –pienso yo, y me vienen a la cabeza todas esas imágenes de mujeres con velos, mutiladas, forzadas a casarse, que terminan suicidándose. No me queda más que estar de acuerdo con su afirmación; y entonces agrega:
–Mira que no comer jamón…
–¿Cómo? –pregunto un poco pasmada.
–Sí, ¿no sabías que los musulmanes no comen jamón? –definitivamente no supe qué contestar. Estoy comenzando a creer que el jamón posee una sustancia mística que transforma la percepción del mundo.

Regreso a casa y constato que Amélie Nothomb es experta en hacer juegos irónicos, me deja ver, a través de su escritura, una mente sensible e inteligente. Ubicada en su tiempo. Hace referencias a hechos actuales y comparaciones metafóricas novedosas que resultan agradables y agilizan la lectura. Me ofrece también su punto de vista, su visión del mundo. Me deja cuestionándome mi quehacer, mi relación con la vida. Miro sus fotos en internet, parece una mujer franca y decidida. Como era de esperar, me llega el aviso de un correo nuevo de José:

Itziar: Respondo tu pregunta, que la verdad me hace mucha gracia. El jamón bellota está hecho a base de cerdos que viven libremente en el campo y se alimentan principalmente de bellotas. No son cerdos que se reproducen en criaderos y que viven en malas condiciones. Si quieres saber más, entra a la página web de la empresa, para que te hagas una idea más completa. Por lo pronto, te mando otras fotos para que te hagas una imagen más clara de mi. Te cuento un poco. En la primera, estoy en la sierra, jajajaja, en la segunda en Oporto, una verdadera joya de Portugal jajaja. Después jajajaja voy en una romería. Y la última jajaja muy cerca del Peñón de Gibraltar. Tu dime, ¿qué te gusta hacer en la vida? 
Un abrazo.

Me quedo perpleja, justo eso me preguntaba en este instante. Leo de nuevo el mensaje y trato de dilucidar, como recomendaría el profesor Miguel Nieto, si hay algún subtexto escondido entre tanto jajaja. Me molesta. También me pregunto qué demonios pasa con Sevilla y el jamón, que es una constante que al parecer no deja de repetirse. Escucho en la otra habitación los rezos de Teresa en sintonía con Radio María y miro la cara de Amélie en la portada de su libro. No sé qué hago aquí. Tengo hambre, estoy acalorada y una sensación de incomodidad me recorre todo el cuerpo. Encuentro 5 euros en mi bolsa, decido ir al bar de la esquina y comerme una tapa de caracoles y tomarme una caña. En el camino me encuentro a Jesús, el hijo más joven de Teresa, que es un pintor reconocido. Me pregunta por su madre, le respondo que es la hora del rosario y en vez de entrar a visitarla, se va conmigo al bar.
–Te veo un poco agobiada –me dice antes de sorberse un caracol.
–He estado leyendo mucho –le respondo con cansancio.
Jesús ha visto mucho mundo, sabe de arte, de política y por supuesto, de comida; así que aprovecho para preguntarle sobre el misterio del jamón.
–En efecto, la calidad de la pieza tiene mucho que ver, pero un mal corte puede echar a perder todo. Hay un grosor adecuado, una cantidad de grasa justa, un ángulo específico que hace que el jamón prácticamente se desintegre solo en la boca: es todo un arte –me dice con ojos brillantes.
–Y, ¿dónde puedo probar algo así? –le pregunto expectante.
–Es cuestión de suerte. Unas piezas son mejores que otras y no hay forma de saberlo hasta que lo pruebas, pero cuando todo se conjunta, te das cuenta, créeme.
–O sea que tengo que ir probando jamones por todas partes, hasta que encuentre el adecuado, o hasta que él me encuentre a mí, como pensarían los orientales –respondo.
–Cuando pruebes un buen jamón vas a sentir una experiencia extática, como cuando ves una obra de Van Gogh o de Da Vinci por primera vez –me dice emocionado.
Una epifanía, como diría el profesor Carlos Peinado –pienso yo.


Itziar: Perdona el atrevimiento. Resulta que este sábado estaré en Sevilla por negocios. Quedaré libre a medio día y me preguntaba si aceptarías que te invite a comer. Siempre es mejor platicar en persona que a través de un ordenador, ¿no crees? Espero que no te parezca un abuso de confianza, dime qué piensas. 
Un abrazo.

Amélie Nothomb llega hasta las últimas consecuencias. Empuja la historia hasta un punto en que no hay retorno, en el que la distancia que ha puesto ella misma como escritora, de sí misma, que es el personaje, parece desaparecer por completo. Se hace a sí misma preguntas retóricas, buscando una salida, como intentando comprenderse a través de esa Amélie Nothomb que de pronto, parece acorralarse. La entiendo. Amélie Nothomb también podría llamarse Itziar Fadrique. Pienso en la propuesta de José y en el jamón. Quizás sea mi oportunidad de experimentar esa epifanía transmutadora que me cambie la visión del mundo.


Me pongo un vestido que de tanta sencillez, resulta elegante. Me arreglo lo necesario como para sentirme cómoda y segura. Mis emociones están completamente neutras. Llega la hora y me dirijo a encontrarme con un desconocido. Llamo a una amiga y rectificamos un plan de acción, por si las cosas se complicaran de alguna manera. Recorro las calles de Sevilla con calma, con una sensación de despedida. Pienso un poco en todas las circunstancias que se han dado para que yo esté aquí, en este momento, y sigo andando. Veo el restaurante al fondo de la calle, disminuyo el paso. Quisiera percibir el ambiente, buscar algún indicio. Pienso que si no me siento cómoda todavía podría irme sin que pasara mayor cosa. Justo en este momento, me topo de frente con José que acaba de bajar de su coche. Lo reconozco de inmediato, me sobresalta lo abrupto del encuentro. Me saluda con amabilidad. Corroboro que es el mismo de las fotos y del jajaja. Educadamente me invita a pasar al restaurante y ocupamos una mesa. Pedimos varias tapas para compartir y un vino blanco. Como yo estoy un poco cortada, él toma la palabra. Me cuenta de los cerdos, de cómo viven en el bosque de álamos, de cómo se alimentan de bellotas, de cómo abrevan en un arrollo, de que corretean libremente. Me cuenta de su casa en la sierra de Badajoz, donde tiene una cava repleta de distintos vinos para descorchar según la ocasión. Me habla también de su casa en playa, de la piscina, del mar y de la arena. Me cuenta también un poco de su divorcio y de sus dos hijas, que son su razón de vivir. Me habla de sus viajes, de los gustos que puede darse con frecuencia gracias a la organización que ideó en su negocio, para no estar atado. Me deja claro que vive bien, que no le falta nada. Poco a poco, yo comienzo a contrapuntear la charla con la realidad de mi vida, le cuento cómo es vivir con cien euros al mes, en la casa de una fanática religiosa y con todo tipo de privaciones, con tal de seguir un impulso, con tal de hacer lo que yo creo que debo hacer: encontrar mi camino. José me mira con curiosidad y me escucha con atención.
–Veo que no eres materialista –me dice entre sorprendido y contrariado–. Te entiendo, el dinero no es lo esencial. Yo podría vivir debajo de un puente con lo mínimo, si tuviera al lado a la persona correcta.

No sé si José piensa que soy tan idealista como para creerme lo que me dice, pero no me molesta su ingenuidad, a fin de cuentas, es problema suyo. La comida es buena y el vino, para mi gusto, es un poco empalagoso, pero tampoco está mal. José sigue preguntándome sobre la música. Yo le cuento con tranquilidad y un poco de nostalgia sobre ese mundo, que ahora me parece un poco distante, lejano. Le confieso que extraño mi piano y pensar en él, siempre me sobrecoge un poco. De pronto, el ambiente se carga por esta sutil emoción que crea un pequeño lapso de silencio. José me mira a los ojos:
–Eres una valiente –me dice.

Me pregunta también qué haré en el verano. Le cuento que me iré a Holanda a probar suerte, con la esperanza de encontrar algún empleo temporal, para ver si junto lo necesario para reponer un ordenador que “alguien se encontró y no me devolvió” en la universidad. De pronto, algo cambia radicalmente en el ambiente. Este hombre que había llegado a impresionar parece que se ve súbitamente sorprendido. Comienza a ofrecerme sus pertenencias. Me dice que puedo quedarme en su casa de la playa, que tendría privacidad absoluta, terraza, jacuzzi, piscina, sauna, mar, sol, arena, peces. Que si prefiero, puedo ir también a su casa de la sierra, donde tiene muchas habitaciones, me dice que tendría mi baño propio, acceso a la cava y por supuesto, a los jamones. Me promete que me enseñará la técnica, que me develará los secretos del buen corte y que me volveré una experta. Me dice que podré ver a los cerditos corriendo libremente a través del bosque y disfrutar de esa vida campirana en la que tendré todo el tiempo y la privacidad necesaria para inspirarme y escribir, o componer o hacer lo que me de la gana. 
–Te lo ofrezco de corazón, sin que implique compromiso alguno. Vaya, que no significa que tenga que haber algo más, es decir, que no tenemos que dormir juntos ni nada por el estilo –me dice esto con la misma convicción en los ojos que la que tenía antes, cuando me hablaba del puente.

Yo me pregunto ¿porqué este señor, que tiene todo, necesita que yo necesite lo que tiene? El demonio no está escondido en las sábanas de Teresa. Lo tengo enfrente y trata de tentarme con los mejores jamones que hay sobre la faz de la tierra. Pero es tonto, si hubiera visto bien mi perfil en la página social, se habría dado cuenta de que podría haber obtenido mejores resultados ofreciéndome un simple plato de enchiladas verdes.

Sección conclusiva

Amélie Nothomb termina estrechando tanto la distancia entre escritora y personaje que incluso se pregunta: “Amélie Nothomb, ¿puedes decirme qué estás haciendo?” Entonces se confiesa, y habla de la escritura, de la técnica, de su voz. En una especie de monólogo un tanto duro y certero, se cuestiona sus actitudes, sus ideales, su visión del mundo. Dice que escribe para liberarse, principalmente, de ella misma. Me pregunto si por esta razón somete a su personaje a una situación extrema. Entonces me cuestiono a mi misma, Itziar Fadrique, ¿por qué demonios te metiste en esta situación? Miro por la terraza el atardecer sevillano, pienso en mi ordenador perdido, en los kilómetros que he andado para no pagar el autobús, en lo que dejé y en lo que tengo y me siento bien. Me pregunto si todavía será necesario desnudarme aún más, si tendré que andar muchos más pasos, si todavía tendré que renunciar a muchas más cosas para encontrar lo que estoy buscando. Y entiendo entonces que el camino que recorro está hecho de vueltas en espiral, que es interminable. Descubro que en realidad,  el camino soy yo misma.




Mosaicos musicales


El telón de fondo, el hechizante aroma del azahar. 
Los palcos, las bancas a la sombra de los jardines. 
El público, los andantes.
 El escenario, la calle. 
Los protagonistas, artistas del sonido que trasladan a la Avenida de la Constitución 
momentos e impresiones de recuerdos distantes.

Mucho se nos ha contado ya sobre el fascinante encanto que ejerce el perfume de los azahares en los paseantes que en primavera, animan sus pasos a recorrer la ciudad de Sevilla. Lo cierto es que cualquier aproximación descriptiva se queda corta ante el espectáculo sensorial que nos ofrece la ciudad en esta época del año. El sol todavía tibio arropa la piel con delicadeza, apenas coloreando las mejillas. El cielo azulmente límpido contrasta el verdor de las hojas nuevas, que comienzan a cubrir los árboles. Manojos de flores de colores relucen por doquier. Uno podría quedarse todo el día en la calle con el único fin de respirar, de olfatear todos los jardines, de llenarse los ojos de colores y la piel de sol. La ciudad seduce. La ciudad te obliga a contemplarla, a recorrer todos sus monumentos y a maravillarte de nuevo, como si la vieras por primera vez. Y es que en realidad es así. Sevilla parece ponerse cada día un vestido nuevo para presumirte sus encantos, para revelarte sus temperamentos. No existen antídotos. Simplemente uno no puede quedarse en casa.

Presa del irremediable embrujo, mis pies se resisten a tomar el autobús. Inclusive se niegan a montar en bicicleta. Todo mi cuerpo tiene avidez de percibir, de hartarse los sentidos. Mis pisadas autónomas no escatiman las vueltas innecesarias que hay que dar para llegar a cualquier parte, con tal de pasar de nuevo por el jardín de María Luisa, la puerta del Alcázar y rodear una vez más la Catedral, con la mirada puesta en la Giralda, como si fuera la punta del compás. Llegando este momento mis pisadas se detienen, necesitan sentarse en cualquier parte a asimilar, a digerir. Mis ojos detectan un escalón cubierto en parte por la sombra de un árbol que parece invitarme a descansar, a dejarme llevar por el momento. Cierro los ojos mientras la ligera brisa refresca el tacto de mi piel, al tiempo que la voz antigua y aireada de un acordeón cercano susurra La vie en rose. En silencio, escucho con atención la melodía. El acordeonista toca con libertad y con una desapegada simpleza que le va bien al carácter de la pieza. Lo miro abrazado a su instrumento, como si fuera una extensión de él mismo, balanceándose de un lado a otro al ritmo del abrir y cerrar del fuelle, que resuena enriquecido con el aire impregnado del olor de los azahares. Algún paseante deposita una moneda en el pocillo que el acordeonista tiene enfrente. Él agradece con un gesto de cabeza, termina la pieza y se detiene un momento a descansar.

Después de unos minutos comienza los primeros acordes de Les feuilles mortes que provocan que mis pasos dejen el sombreado escalón y se dirijan a la misma banca que ocupa el acordeonista. Al tiempo que escucho la conocida melodía miro el pocillo con pocas monedas y los zapatos viejos del acordeonista. Observo sus manos arrugadas que se mueven con suavidad por la botonadura y el teclado del viejo acordeón que le da sustento. El sonido me traspasa. La mirada cansina del acordeonista aunada a la cadencia final de la canción, dejan resonando en el ambiente unos ecos de nostalgias. Mientras descansa, le pregunto cuánto tiempo lleva tocando en la calle. Con un gesto me indica que no entiende la pregunta. Vuelvo a formularla con mayor claridad y responde:
–Lo siento, no español… dos años.
–¿De dónde viene usted?
–Rumania.
–¿Cómo aprendió a tocar?
–Papá.

...

Artistas sin fronteras> Una de las bondades de la música como lenguaje universal, es que no necesita traductores y en este mundo tan cambiante, en el que parece que todos queremos ir a otra parte, en el que tanta gente cruza fronteras en todas direcciones con la esperanza de encontrar un porvenir, el arte del sonido se vuelve un denominador común mediante el cual podemos entendernos, sin necesidad de las palabras que en un idioma diferente o con un acento distinto, pueden sonar sumamente extrañas y hasta violentas. Todos llevamos la música por dentro, a todos nos han cantado alguna canción de cuna y al menos, hemos hecho alguna vez el intento de cantar. Hay personas que hacen música con una maestría que parece sobrehumana y hay otros músicos que apenas saben lo indispensable, que aprendieron por tradición familiar sin siquiera saber leer una partitura, que tienen alguna guitarrita vieja o una armónica y que para ganar algo de dinero, se arman de valor y salen a la calle a tocar. Porque es así, hay que ser un valiente para tocar ante cualquier público. La música es un arte muy íntimo y muchas veces, aunque uno quiera permanecer distante, al interpretarla produce la sensación de estar abierto, de volverse transparente, vulnerable e indefenso. Tocar en una sala de conciertos puede ser aterrador, pero tocar en la calle puede que lo sea aún más.

Deseándole suerte, dejo al acordeonista y con unos pasos un poco más lentos y meditabundos sigo andando por la Avenida de la Constitución. Poco a poco, los remanentes de las armonías francesas comienzan a mezclarse con el rítmico colorido de una zamba un tanto “jazzeada”. Afortunadamente, encuentro lugar en una jardinera cercana y me detengo a escuchar y a deleitarme con las improvisaciones vocales que hace el guitarrista sobre las armonías cariocas. No soy la única, a mi lado hay un par de señoras que inconscientemente siguen el ritmo con la punta del pie y que no hablan entre sí, escuchan con los ojos entrecerrados. El guitarrista modula la voz con buen gusto e imaginación, creando una gama sonora interesante y atrevida. Es de Canarias y se dedica por completo a la música; para conseguir un ingreso extra, toca de vez en cuando por aquí:

“Es cuestión de suerte, algunas veces me va muy bien y otras no tanto. En esta parte de la Avenida, y como yo tengo un amplificador pequeño, no tengo problemas. Tampoco me quedo mucho tiempo. El problema es en Sierpes y Tetuán, porque a veces los comerciantes se quejan”.

En general, la legislación sobre la música en la calle es un poco indefinida. Solo en algunos lugares como París, esta actividad está perfectamente reglamentada. En esta ciudad, para que los músicos puedan ejercer en la vía pública de manera legal, deben obtener un permiso en el que se especifica el lugar y las horas en que pueden presentarse. En Madrid, se ha levantado recientemente la polémica, ya que la Concejalía de Medio Ambiente ha promulgado una nueva Ordenanza del ruido, en la que se considera a la música como un aspecto que altera el derecho al descanso de los ciudadanos. Anteriormente estaba prohibido el uso de amplificadores y tambores que alcanzaran demasiados decibeles, pero esta nueva ordenanza dice que no podrá sonar ningún instrumento en la calle, a menos que cuente con un permiso expreso. Faltar a esta norma podría acarrear una multa de 750 euros e incluso, la confiscación del instrumento.

En Sevilla, la música en la calle es objeto de la Gerencia de Urbanismo, que regula la ocupación de los espacios públicos en el conjunto histórico. La música se considera como una de las actividades culturales, recreativas y sociales que utilizan el espacio público de manera excepcional; sin embargo, en un apartado de la Ordenanza se menciona que las actividades de corta duración, que no precisen de instalaciones y que no tengan una incidencia relevante sobre el espacio, quedan excluidas de regulación por parte de la misma. De ahí que prácticamente cualquier conjunto pueda ponerse a tocar sin problema, siempre y cuando se respete el entorno y no se obstruya el espacio.

...

El silencio también cuenta> Recorrer el costado de la catedral con el corazón rebosante de sonido, hace que esos cuantos metros parezcan infinitos. Mi memoria canturrea internamente pedazos de melodías lejanas que por momentos me generan una sensación de atemporalidad. Mis ojos se quedan pendientes de esos frisos grisáceos que de verdad parecen tocar el cielo y mis manos me impelen a sentir el tacto de las enormes puertas de madera tras las cuales se refugia el silencio, la pausa. Entro por un momento en la capilla abierta y simplemente me dedico a estar ahí, a dejar todo. El contraste que se genera a través de un simple muro es espectacular; afuera los colores, los cantos, la bulla y dentro la sobriedad, la esencia. Casi se puede percibir el momento exacto en el que el aire fresco hace contacto con la piel, ya un poco acalorada, y el discreto diminuendo y rallentando del pulso y la respiración, que se van acompasando de manera armónica con el recinto.

Pienso en la antigüedad de las piedras que envuelven este espacio y en todas esas manos que las fueron poniendo una sobre otra; trato de imaginar a todas las personas que en algún otro momento, han ocupado el mismo sitio que mi cuerpo ocupa ahora. Los oídos me remontan al tiempo del canto gregoriano y me pasean a través de la polifonía hasta ubicarme en el momento presente, en el que disfrutan de un momento muy cercano al silencio, a la música del origen, el sonido de la catedral.
Después de un rato, y con los ánimos renovados emprendo nuevamente la marcha y al salir, me encuentro con un grupo de ecuatorianos que tocan música sudamericana. Armados con quenas, flautas de pan, raspadores y tambores tocan a todo volumen ayudados por micrófonos, amplificadores y pistas. Una chica ofrece discos grabados por ellos mismos a diez euros. Llevan ya nueve años tocando en las calles de Sevilla y me comenta que normalmente les va bien. Han tocado este tipo de música por generaciones y solamente a veces tienen problemas con la policía, que les pide que se vayan porque interrumpen el paso peatonal. Le pregunto si necesitan sacar alguna licencia para poder ponerse a tocar ahí y me dice que han tratado de solicitarla en varias ocasiones, pero que simplemente no los atienden ni les dicen qué hacer. Le pregunto también si no han tenido algún problema con el volumen, evidentemente alto de los amplificadores, y me dice que no, que solamente los aquejan por impedir el libre paso de la gente. Entonces, llega una mujer y la interrumpe:
–Oye, tú eres india, ¿verdad?
–Bueno… indígena…
–Da lo mismo, es que antes aquí había un indio que sabía quitar los dolores de espalda, ¿tú no sabes hacer eso?

Incultura, racismo e ignorancia. Complejo de superioridad. Dejar una moneda como quien deja una limosna con desdén, por lástima, por creerse exageradamente generoso y bueno. Miro los ojos profundamente oscuros de la ecuatoriana, rodeados por los rastros de una vida dura, de distancias, de privaciones. Los contrasto con los ojos secos, arrugados y cargados de maquillaje de una señora “X” que no me dicen nada. Entonces siento una sincera compasión por esta señora, por su vacío, por su estrechez. Es difícil tocar música, da pavor enfrentarse a un público. En la calle además, hay que luchar también con los prejuicios y los demonios ajenos.

Pensativa, continúo mis pasos. A mi lado, el aire perfumado de azahar transita conmigo la avenida que ya se muestra maquillada con algunas sombras, todavía discretas y estilizadas. Las fachadas de los edificios parecen más rosáceas que amarillas y todo se va envolviendo poco a poco en la parsimonia de la media tarde. La Giralda a mis espaldas parece alargarse como una lanza hasta las nubes y la parte decorada del edificio del Ayuntamiento me evoca la alegría de una fiesta celebrada con pastel, en el que se me antoja hundir los dedos, para atravesar sus elegantes olanes de betún.

Decido continuar por los recovecos de la calle Sierpes y el sonido espeso de una vieja melódica me canta … mis sardinicas, muy ricas son, son de Santurce, las traigo yo… sigo andando y un poco más adelante, una guitarra flamenca acompaña una voz rasgada … verdes como el trigo verde… y el verde, verde limón… sigo un poco más y un dueto de violonchelo y violín toca un arreglo del primer movimiento de la Pequeña Serenata Nocturna de Mozart y en el último serpenteo de la calle, un insólito trío de corno y dos violines intenta una singular versión de Love me do.

...

El mundo resumido en un par de calles> Países, personalidades, estilos, instrumentos, historias, épocas. Un collage sonoro al alcance de los pasos que discurren una avenida por placer, o porque simplemente, hay que pasar. Una oportunidad de viajar a lugares remotos y a memorias distantes llevados de la mano por el órgano auditivo, que nos conecta de inmediato con el otro y con lo más profundo de nosotros mismos. Ritmos que nos agradece el cuerpo y nostalgias que se activan con el interruptor sonoro del recuerdo. Ecos de terruños, viajes en el tiempo. Supervivencia, necesidad, lucha. Paisaje, arte, personas. La vida en un trayecto.

Después de un largo rodeo, llego prácticamente al punto de partida: una cafetería en la Plaza del Duque que se encuentra realmente cerca de mi domicilio. De no haber tenido la imperiosa necesidad de recorrer Sevilla, habría llegado cuando mucho en quince minutos. Pero yo no conozco mayor satisfacción que la que deja el tiempo bien aprovechado y hoy ha sido uno de esos días. Solo falta el remate de oro: unos buenos churros con chocolate, acompañados por la charla de una buena compañía.


jueves, junio 21, 2012

In memoriam





Se escucha un silencio en la tierra.
En esta tierra,
mi tierra.
.
Tierra roja, verde, rosa, amarilla.
 Exuberante, fértil, generosa.
.
El silencio que resuena es profundo,
vasto, ominoso.
.
Reverbera implacable como un eco
de las bocas rellenas a pedradas,
de los ojos sellados con raíces,
de las manos inertes que se enredan 
junto a otras desconocidas
sin poder revelar su nombre.
.
En esta tierra,
nuestra tierra
y de los cadáveres.
.
El día de hoy
 un poeta se encara a la poesía,
mientras un campesino

 cosecha flores
en esta misma tierra,
para perfumar con su esencia
las
mortajas.
.

miércoles, junio 20, 2012

Niña


Ya puedes jugar.
.
El sonido ya no importa.
.
La puerta abierta, el horizonte limpio.
.
.
.
¿Cómo que no sabes?
.

Ilargia



Bañada en la luz de los muertos, 
camino sola.
.
Provengo de un mundo distinto 
donde la música es el karma.
.
Siento surgir el desamparo, 
 un armónico que desprende 
la desolación en mis pasos. 
.
Al fondo
 la pirámide de la luna.
.
Mi porvenir
 incierto.
.

jueves, febrero 09, 2012

Invierno


.
Los colores se han ido.
Emigró el verde,
invadió el gris.
.
Retroceden los tiempos.
Somos un filme antiguo,
somos negros murciélagos
cargados con lingotes de nostalgia.
.
Los pasos pesan.
Falta la sangre.
.
Labios erosionados
suspiran.
Tu nombre se escapa por sus grietas.
.
Borrasca gélida,
nieve opresora.
El tiempo en blanco,
negro
y
gris.
.

Cabellera póstuma

.
Cada vez más ligera
me dirijo pausadamente a la extinción.
Voló ya el colibrí,
la herencia de oro.
.
Cada día, desnuda un poco más
de ti
de los recuerdos
y de la carne.
.
Todo se va menos yo
que eternamente sigo aquí,
con mi esqueleto
y la tosuda cabellera
que no termina de crecer,
que arropará mi tumba
cuando al fin, haya desistido.
.

martes, febrero 07, 2012

lunes, febrero 06, 2012

Romance vácuo


.
Ese instante entre el silencio
y el sonido, cuando el agua
cristalina se evapora.
El calor de la mañana
que se fuga con la tarde,
todo es eco de la nada.
.
La presteza de tus labios
las memorias obstinadas,
la tibieza de tu piel
el hechizo de palabras.
Existencia no perenne
solo es eco de la nada.
.
Que se crea y se recrea
que se extingue, que se inflama
cada instante peregrino
en cuanto existe se acaba.
.
Coda
.
Estuviste y ya no estás
(mis manos desvencijadas)
tus ojos cristalizados
(los míos sin tu mirada)
tu cuerpo desvanecido.
Ecos fuimos de la nada.
.
Los disecados recuerdos,
tercos sueños de alborada.
.

martes, enero 31, 2012

En la voz: Planeta Tierra

Tras un tenue telón, la vieja luna
polvos de estrellas hila en una rueca,
entre una cavidad de perla hueca
borda sobre tejidos de aceituna.

.
Funambulistas danzan polonesas
sobre la cuerda eterna del destino,
tienen la mira puesta con gran tino
en el aroma etéreo de las fresas.
.
Yo no sé la razón de mi existencia
y observo con asombro este barullo,
entre urdimbres tejidas con espera
.
de milenios que cantan en murmullo.
¡Percibo en este mundo una elocuencia!
Quizás sea un poco más que una esfera.
.


Funambulista
Remedios Varo
.

Postal

El violín de Ingres
Man Ray

.
Tatuada de ti.
.
Con tu propia sangre.
.
Mi vida por acariciarte.
.
El tiempo:
.
Pautados recuerdos.
.




lunes, enero 30, 2012

Claro de lámpara

Atrapada bombilla incandescente
entre alambre y papeles de la China,
con cadenas de un globo prepotente
que se esconde tras una bailarina.
.


Tus lágrimas de luz bañan mi frente
harta ya del sopor de la rutina,
anhelando una noche diferente
en que caiga una lluvia malandrina.
.


Tu luz es el castigo del insomnio
y el mío es el recuerdo fugitivo.
Un cuervo errante de ojos ambarinos.
.


Huyamos pues, del canto del demonio
y en silencio dejémoslo cautivo.
No llores más. Soñemos mandarinos.

lunes, enero 23, 2012

miércoles, enero 11, 2012

Arte-sano


Manos de surcos
que labra la vida.
(que tallan, que bordan, que hilan)
.
Manos morenas.
Manos de maíz,
de anafre y tierra.
.
Manos que amasan,
manos que rezan.
.
Cántaros, comales, carbones
jarros, sonajas, vasijas,
llevan tu nombre,
 tu huella impresa.
.
Manos de magia,
manos amadas.
.

martes, enero 03, 2012

Sevilla

Llovizna.
.
Mis ojos grises
se disuelven en mañanas rojas.
.
Un pájaro ulúla.
.