"... los labios secos, los pies ardiendo y zumbando con cada latido del corazón, hinchados y hastiados como los ojos por ver tanto arte, tanto museo, tanto París. Llegó a un café discreto con la única finalidad de satisfacer algunas necesidades básicas; cosa de enorme dificultad para un turista cualquiera en París: quería pasar a un baño principalmente, tomar algo refrescante y sentarse en un lugar cómodo a descansar un rato. Sentado por fin y dispuesto a saborear el té helado de mora azul que encargó a la mesera, decide acompañarlo con un poco de su lectura de Borges. Saca una edición barata de bolsillo y lo recorre hasta llegar al pequeño doblez que le indicaba la página 231 como la última leída el día anterior; levanta la vista para tomar un sorbo de té y así fue como la vio por primera vez... Sacaba también un libro; atónito descubre que la cubierta es la misma: Borges de bolsillo. Observa sus manos recorrer el libro hasta que encuentra una pequeña pestaña en una hoja... la página 231. En ese momento ella alza la vista para tomar un sorbo de su expresso cortado y sus miradas se encuentran. Justo en ese instante, sin que ellos lo supieran y sin decir ni una palabra, sus destinos quedarían irremediablemente enredados para siempre..."
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Luego de escuchar esta fantasía que con tanta emoción contaba Ramón Montes de Oca, estallé en una franca carcajada, no porque fuera graciosa en sí, sino por cómo la contaba él. Me llevaba lo suficientemente bien con Ramón como para burlarme abiertamente de él sin que, según yo, se molestara.
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Hace 3 o 4 años fuimos grandes amigos, todavía lo recuerdo levantando su enorme mano peluda mientras excalama emocionado "maravilloso"; para luego enrrollarse los bigotes. Los términos eran simples: comer rico, ir al cine y no hacer caso de cualquier propuesta deshonesta que pudiera surgir. Más allá de eso, el era una especie de papá-colega-confidente con quien podía hablar de todo. Ramón también fue dentista, razón por la cual tenía algunos conocimientos médicos; le gustaba presumir de historias en las que salvaba vidas de diferentes personajes, sin aceptar jamás alguna retribución de los exmoribundos agradecidos. Yo sabía que eran puros cuentos, pero por complacerlo, y a veces también por divertirme, le pedía una y otra vez que las contara...
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Nos distanciamos luego de que por alguna razón que no recuerdo, llegué desconsolada de Egipto. El seguramente encontró algunos oídos mas respetuosos para sus historias y, porqué no, que no consideraran deshonestas sus propuestas.
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Hoy, que son ya más de 6 meses de que falleció, pensé en él y recordé su fantasía Borges.
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Al tiempo que reía un poco, se me escapó una lágrima.
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Descansa en paz Ramoncín.