domingo, diciembre 12, 2010

Abismo

Cuando se dieron cuenta, ya habían perdido una palabra.
No sabían bien cuál era, pero les faltaba.
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Quizás fue alguna conjunción, porque en estos casos son fundamentales.
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Pasaron los días.
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Su vocabulario se redujo notablemente.
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Monosílabos y frases de 3 palabras cuando mucho.
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Llegó el silencio.
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El silencio incómodo.
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Los ojos comenzaron a mirar hacia otra parte.
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Los pensamientos vagaron lejanos y distantes.
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Las palabras perdidas nunca regresaron.
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Cuando volvieron a hablarse, ya no tenían nada que decirse.
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miércoles, diciembre 01, 2010

Zapatos perdidos

Última


Dormía en muchas partes y vivía en la calle. Me había convertido en una especie de vivienda ambulante. En una mochila llevaba en hombros todo lo necesario para sobrevivir en cualquier parte de la ciudad, de cualquier ciudad. Una muda completa de ropa, algún refrigerio, un pequeño botiquín, paraguas, libros, música, cosméticos, artículos de aseo personal, cargador del celular, etc. De forma que siempre tenía lo necesario en caso de emergencia o podía pernoctar en uno u otro sitio según fuera el caso. Dormí en casa de familiares, amigas, amigos, amigos de amigas y amigas de amigos, incluso alguna vez me dio hospedaje una desconocida de 90 años. Dormí en muchas ciudades, pueblos y países.
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No es que estuviera propiamente de viaje, simplemente era nómada.
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Trabajaba en una ciudad, hacía ejercicio en otra y estudiaba en otra. Mis amigos estaban en todas partes, pero solían divertirse en otros lugares. Siempre estaba caminando, siempre en las calles. Como me sabía bien el dicho de "el muerto y el arrimado..." procuraba ser un huésped invisible. No tocaba nada, no ensuciaba nada, salía temprano y regresaba tarde, con tal de que casi no se notara mi presencia. La verdad, tuve suerte. Siempre me sentí bienvenida en todos los lugares en que me quedé, incluso había veces que me extrañaban.
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Era frecuente que al despertar no supiera dónde había dormido o que al llegar la noche no supiera dónde iba a dormir. Una vez tuvo que apiadarse de mi el encargado de un hostal que estaba lleno, me dejó quedarme en el sillón de la recepción con tal de que me fuera antes de las 7 am.
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Así me las gastaba.
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Esta vida tenía sus complicaciones. Frecuentemente tenía varios tipos de eventos en el día y tenía que preparar ropa cómoda para trasladarme, ropa de etiqueta para un evento serio, libros para mis clases y comida para los huecos. Las cosas a veces se ensuciaban, arrugaban, chorreaban o deshojaban. La espalda siempre me dolía, todo lo llevaba encima. De cuando en cuando reposaba en un parque o en una banca de iglesia antes de ir al siguiente lugar, o me pasaba un par de estaciones en el metro con tal de seguir un poco más sentada.
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En esta ocasión me habían invitado a un evento importante el fin de semana y tenía algunos otros antes, así que llevaba unos zapatos finos además de mis eternos adidas ya sin suela. Esos días me quedaría en casa de una tía, así que podría dejar parte del cargamento en su casa y andar un poco más ligera por todas partes. Asistir al evento me complicaba un poco otras cosas pero quería ir, quería conocer gente diferente, el tema del evento me parecía atractivo y quién sabe... algo podría pasar.
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Y pasó.
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Un par de días antes revisaba mi atuendo para la ocasión y me di cuenta de que faltaban los zapatos. Era imposible, recordaba haberlos puesto, pues la decisión de qué zapatos llevar es difícil, suelen ser pesados y ocupan mucho espacio. Había optado por unos que se veían interesantes para una situación informal y un poco casuales para una formal, pero iban bien con todo. Eran buenos zapatos, se podía caminar a gusto y lucían, aunque eran un poco pesados. Me habían costado no tan poco dinero y no estaban. Todo se volvió nebuloso, no recordaba si los había metido o no, o si los había sacado de la maleta para acomodar algo más en casa de un amigo y los dejé fuera, si días antes los había sacado en casa de mi tía y no recordaba donde los puse... podían estar en la escuela de música, en la biblioteca de estéticas, en casa de Juancho, en un parque, en un restaurante, en una cafetería, en el metro, en el camión, en casa de mis padres, en casa de mi tía, en el metrobús, en el estudio de yoga, en casa de Aline, en el autobús foráneo, en el auto de Alicia, en la sala de coro.... y tantos lugares más que podría enloquecer sólo por tratar de nombrarlos todos.
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Decidí no ir al evento. No podía ir formal con mis tenis gastados, e informal no podría entrar.
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Pero, quería ir.
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Había decidido ya que iría.
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Pero no tenía zapatos.
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No podía ir así.
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Pedí zapatos prestados, ninguna mujer conocida calzaba del seis y medio.
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Podría comprarme un nuevo par.
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Sería mucho gasto.
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No tenía dinero.
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Tenía tarjeta de crédito.
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Luego cómo pagaría?
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Encontraría el modo.
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Decidí buscar y si encontraba algo, ir.
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La búsqueda frenética comenzó. Fueron dos días de ver tiendas y almacenes, todos los que estaban por mi camino eran examinados, comparados y revisados. Me probé zapatos altos, bajos, de piel, de charol, caros, baratos, negros, rojos, blancos, grises, plateados. Unos me apretaban, otros eran demasiado caros, otros eran incómodos, otros no me iban bien, otros se veían corrientes, otros no había en mi número, otros traían un defecto... al final no distinguía, no quería nada, pero me había obsesionado ya con asistir.
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Pese a todo, el resultado de la compra fue bueno, me llevé unos zapatos bajos con un taconcito muy fino de charol negro. Un poco caros pero que me servirían para muchas ocasiones, se verían bien con vestido o pantalón y para tocar eran ideales, la altura exacta para que no me estorbaran al accionar el pedal. Se veían bien con mi atuendo y finalmente llegaría esplendorosa al evento.
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Como casi todos los zapatos nuevos, apretaban un poco en algunas zonas y al llegar ya me habían sacado varias ampollas.
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Dejé mi mochila en una esquina y tomé mi lugar.
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Respiré hondo, ya estaba ahí.
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Miré el programa un poco.
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Comencé a sentir que me revolvía el estómago una excitación nerviosa pero agradable.
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Alguien me estaba mirando.
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La sensación se fue incrementando hasta que sentí mis manos húmedas.
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Me dolían los pies, se me reventaron las ampollas.
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Me enderecé un poco.
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Lo vi...
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Una punzada agudizó el dolor y sentí los pies húmedos también.
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Me estaban sangrando.
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Entonces, lo supe con certeza.
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Por este día, mi vida quedaría derruida.
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Así fue.
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