martes, septiembre 14, 2010

mensajes del más allá

Ayer, pasaba por el zócalo y como hipnotizada por los adornos y un sutil aroma a fritanga que llegaba de todas partes terminé en una cenaduría. Dadas mis circunstancias fui a un lugar muy popular y barato, me senté a la mesa y observé que las cinco mesas que estaban a mi alrededor estaban ocupadas solo por una persona, es decir, solitarios golosos como yo. Había tres señoras de mediana edad y dos señores. Cuatro de estas personas tenían su celular a un lado, y como para disimular la falta de compañía de cuando en cuando lo miraban o mandaban algún mensaje o esperaban recibir alguna llamada, yo iba a hacer lo mismo, sacar mi celular y mandar algunos mensajes al más allá. Observando la escena pensé que sería mejor tratar de hablar con alguien de "más acá". Así que me aproximé a la única señora sin celular, la saludé y le pregunté si podía sentarme con ella a cenar... la respuesta fue totalmente inesperada, sin voltearme a ver siquiera me dio una servilleta y me hizo señas de que me fuera.

Así que con el rabo entre las patas me fui a mi mesa solitaria y claro, saqué rápidamente el celular, esperando recibir algún mensaje del más allá, pero no llegó ninguno, así que seguí observando mientras disfrutaba la deliciosa cena, eso sí. Un muchacho tenía de pronto una acalorada plática usando el manos libres, cosa que resulta aún mas bizarra porque parecía un loco demente hablando completamente solo. Yo imaginaba qué pasaría si todos nos sentáramos juntos y platicáramos de cualquier cosa, pensaba que sin duda habría sido más interesante y reconfortante que estar a solas con la soledad. Pero mis fantasías se desvanecieron cuando el acomedido mesero, de impecable guayabera e hijo de la cocinera llevó la cuenta a la señora amargada, triste, reprimida, poco amable, que me echó con tan poco tacto de su mesa. El niño le dijo cuánto era y la señora con sus gestos grotescos lo mandó a volar. Al poco rato regresó el niño con el total escrito en un papel, la señora pagó y le dejó una jugosa propina, me volteó a ver y de alguna forma entendí que me dijo "buenas noches", con una sonrisa y ademanes más bien amables y amistosos... Además de todo debe ser bipolar, pensé, hasta que luego me cayó el veinte de que simplemente no me escuchó, la señora no oía y por eso pidió la cuenta escrita.

Bueno, el final me reconfortó y luego de una buena cena es difícil no creer en el buen corazón de la humanidad.