sábado, septiembre 03, 2011

Mi pequeño mundo.

Por una breve temporada de mi vida fui scout. Aprendí a hacer nudos cuadrados, a hacer el salto del tigre, a hacer fogatas y levantar tiendas de campaña. De las enseñanzas más bien filosóficas recuerdo poco, pero una de ellas me sigue haciendo eco hasta el día de hoy. Lord Baden Powell decía que había que tratar de dejar este mundo en mejores condiciones de las que lo encontramos. Ésta idea más que motivarme me agobiaba, tratar de dejar el mundo mejor de como se encuentra me parecía siempre algo más que imposible. Pensaba que solo podría hacerse algo si uno fuera presidente de alguna potencia o un magnate con las influencias y recursos para poder arreglar tantas cosas... que si los osos polares, que si el Amazonas, que si el smog, que si los pobres, las mujeres maltratadas, la basura, la injusticia, los enfermos y el más largo de los etcéteras que uno pudiera imaginar. Además la fecha... había que dejar el mundo, es decir: morir.

Habiendo clasificado este pensamiento como utopía, decidí que con tratar de no hacer mucho más daño quizás sería suficiente. Tiempo después llegó a mis manos el Libro Tibetano de la vida y de la muerte y, gracias a ésta lectura el tema de "dejar el mundo" comenzó a parecerme menos tenebroso, oscuro y misterioso. Saber morir es saber vivir y si vivimos bien, moriremos bien. En esas mismas fechas, un querido amigo me dijo que alguien que no recuerdo había dicho, lo que puede significar que la idea en realidad sea suya, que todos los días teníamos que aprender a morir un poco, porque en realidad todos los días morimos un poco. Eso quiere decir que todos los días dejamos un poco el mundo y por tanto, todos los días tenemos la oportunidad de dejarlo un poco mejor.

Nuestro mundo es el inmenso planeta Tierra, pero mi mundo, mi pequeño mundo se remite a unos cuantos lugares diferentes cada día. Hoy, por ejemplo, consistió en un jardín, mi recámara y la cocina. Aunque parezca intrascendente para la humanidad, puedo decir que hoy, muero la porción que me toca morir feliz y tranquila porque dejo mi pequeño universo mejor que como lo encontré hoy mismo.

Sembrar flores, llevar una botella a reciclar o poner en orden un cajón mejoran el mundo, al menos el mío que a veces es muy caótico. Aprender a dejar el mundo cada día, es decir, saber morir un poco, es aprender a nacer y renacer en cada alba. Supongo que con la práctica, uno inclusive puede llegar a disfrutar la partida final, como cuando uno está cansado y satisfecho de al menos haber hecho el intento de hacer algo que vale la pena, y los ojos se nos cierran en pos de ese sueñito reparador... que quien sabe, igual y simplemente nos lleva a nacer y renacer día a día en algún otro lado.

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Buenas noches.
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