jueves, abril 14, 2011

Pastiche

Tras la liberación femenina Oliva fundó un imperio de espinacas enlatadas.
Popeye languidecía pues su amada contrató a Brutus
como mano de obra barata.

lunes, abril 11, 2011

Niña de viento

Lo que más quería en la vida era una bici de carreras. Sentía que la necesitaba aún más que las proteínas de los frijoles que eran indispensables para la salud. Sin esperanza alguna, trataba de ahorrar lo suficiente, pero para mí era una cantidad estratosférica, tendría que juntar regalos de navidad y cumpleaños y muchos domingos. Soñando y haciendo cálculos me fui a meter al cuarto de triques y de pronto, ahí estaba. Toda roja, de diez velocidades y con un gran moño para regalo. Estupefacta, no podía creer ese gesto de mis padres, luego del asombro inicial me vino un tremendo remordimiento de conciencia por todas las maldades que les había hecho, secretamente prometí ya no hacer más. Sin embargo, el regalo no era aún oficial, la tenían escondida para darme una sorpresa, así que tendría que aguantarme las ansias.
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Esa tarde tenía clase de piano y mi maestra se había convertido en una gran amiga de la familia, que a veces se quedaba con su hijo a pasar el fin de semana en mi casa. Cuando estábamos a punto de cenar, mi padre sacó la bicicleta y dijo que era un regalo para ella.
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Sentí como se me cuarteaba todo por dentro y cómo se desvanecía mi sangre. Necesitaba más frijoles que nunca. Me diluí.
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Tiempo después, mi padre me regaló la bici que el usaba y en ella recorrí muchos caminos, cronometraba meticulosamente mis tiempos con la ilusión constante de ir a las olimpiadas algún día.
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Sin embargo, lo que más disfrutaba era que luego de pedalear por un tiempo dejaba de ser yo, para ser
sólo
viento.

sábado, abril 09, 2011

Niñas de ayer

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Había que levantarse a las 4 am. A las 5 en punto estaríamos saliendo a carretera. Un viaje largo, caluroso y difícil. El motor del vocho a mis espaldas, se convertiría después de un rato en una especie de mantra que transportaría mi mente a esa otra infancia, en la que mi madre vivió sin su madre, como una niña salvaje que chapoteaba descalza en los ríos, mientras comía mangos verdes y cañas de azúcar. Más que un viaje a otra ciudad, para mí era un viaje en el tiempo.
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A mi tía no le gustaban los recuerdos, pero mi madre se extasiaba contando anécdotas y detalles de su vida en el rancho, estando al cuidado de los nonos. Para mí era incomprensible cómo un pato podía seguir caminando luego de que le habían cortado la cabeza y trataba de imaginar el sabor de la leche recién ordeñada, que hasta sabía a pelos... imaginaba cómo sería un vestido hecho con el costal del alimento para los animales y me preguntaba cómo sería el próximo encuentro con aquellos seres fantasmales que habían vivido junto con mi madre esos tiempos.
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Quería conocer los ojos verdes de Meche y el dedo mutilado del tío Fermín, con el que daba unos pellizcos que no se olvidaban nunca. Quería escuchar la risa de la tía Mace y comer tamales de Ofelia, aunque ella daba un poco de miedo.
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Sentía también aprensión al recordar que habría que rezar el rosario con mi bisabuela, de rodillas en ese piso por el que no dejaban de circular cucarachas de todos tamaños y que muchas de ellas tronarían bajo el zapato implacable de mi tía. Tendríamos que prender el calentador con leña y escuchar correr a los gatos sobre el techo de lámina en las noches, cosecharíamos estropajos y andaríamos libres por las calles.
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Por una semana tendríamos calor, llovería en viernes santo, comeríamos picaditas, visitaríamos infinidad de primos, tíos y sobrinos y como golpe de suerte iríamos un par de días al mar.
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Pero sobretodo, esos días estaría vetada la tristeza.
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Las dos niñas estaríamos felices.
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