viernes, marzo 16, 2007

... y llegó tarde...




Yo había decidido que, pasase lo que pasase realizaría el viaje. Siempre había querido ir a Zimbabwe, pero lo creía muy lejos. El momento y la hora habían llegado, debía abordar el autobús en el que viajaría toda la noche. En vez de contar borregos para tratar de dormir, mi mente divagaba, me habían hablado muchísimo del lugar, de sus montes con formas rocosas que se prestan para fantasear con la imaginación, de su arquitectura uniforme y de buen gusto, de su gastronomía riquísima, y por supuesto, de los museos locales que muestran la cultura de los habitantes y la historia del lugar. Además, es su ciudad, su aire, su vista; quería estar ahí, sentirlo.

Quedé dormida con mucha resignación y pocas esperanzas, cuando desperté había llegado ya el destino. Adormilada llegué a un módico hostal que estaba cerca del río, tardé un poco en acomodarme en mi pequeña habitación y ducharme, e inmediatamente salí por las primeras impresiones de la ciudad: hacía fresco, la hora era idónea, no pasaban de las 8 a.m., encontré a la ciudad todavía dormida. Dormía cándida y bella, con los apenas colores del amanecer reflejándose en su rostro, no me atreví a despertarla, así que, sin hacer mucho ruido entré a un café, y desde ahí, esperé a verla despertar.

Comenzaron a surgir los destellos y los edificios acicalados, la música se dejaba oír por todas partes, cada ventana y cada puerta se iba abriendo poco a poco para darle vida a este nuevo día, que sin duda sería hermoso. Dejé que la ciudad se me fuera mostrando poco a poco, con su delicadeza y timidez, recorrí sus callejuelas con la emoción y el recato de cuando uno conoce a alguien por primera vez; al ir entrando en confianza, me regaló una mirada de un modesto jardín, llamado “jardín Ydlwo”, en memoria de un famoso guerrero de la antigüedad. El jardín me invitó a sentarme y a contemplar sus palomas; a primera vista, me enamoré...como cuando lo ví por primera vez. Le pedí a una paloma que le enviara un mensaje, que le dijera que estaba ahí, en el jardín Ydlwo, que lo esperaba... pero la paloma regresó sin respuesta y lloré. La ciudad me consoló con su belleza y con sus historias; me contó de una señora que le apodaban “gallo” pero que en realidad era gallina, y con orgullo me habló también de unos Coroneles que hicieron leyenda por su osadía y bravura; me enseñó su colección de máscaras, para ser usadas según la ocasión, y me prestó una de alegría; también me llevó a un templo al que, por soportar el peso de Dios, se le cayó el techo. Nos hicimos amigas, y entendiendo mi anhelo fuimos de nuevo al jardín con sus palomas.

Lo imaginé ahí, cerca del templo ideando quizás, algún mundo en su cabeza, luego, caminando hacia una antigua biblioteca para conversar con los libros viejos. Me decidí a acompañarlo sin que se diera cuenta; aquel día quizás tendría ganas de ver pinturas y tumbas de faraones, de comer carne con naranja y tomar café, o quizás, se le antojarían los camarones del mercado, pero no habrían llegado aún del mar.

Subí al monte cuya formación rocosa recordaba a un cerebro, y observé una boda sin personas, en la cual un fotógrafo se esmeraba en realizar su labor, no había gente porque había que economizar el tiempo, el espacio y el amor. Aún así, la ciudad se vistió de gala, se puso un hermoso vestido negro adornado con lentejuelas que brillaban como luces y que la hacían ver majestuosa, elegante, entrañable.

La fiesta sería en el gran coliseo, donde antes se libraban fieras batallas entre bestias salvajes con cuernos, y guerreros armados con espadas. Ahí estaba él, lamentando la muerte de las bestias. Sentí su tristeza cuando pasaba por los túneles donde antes circulaban los cadáveres. Ahora circulaba un banquete. Compartimos la mesa.

Luego, la ciudad nos dejó solos, y, sentados en una banca cerca del río, besó mi cabello y mi frente, luego buscó mis labios; sentí los suyos suaves y dulces, como los había imaginado. Se detuvo el mundo y, otra vez, llegó el destino.

No hay comentarios.: