No soy católica. Lo fui un tiempo, por haber crecido en una comunidad en la que quizás más por costumbre que por convicción se profesa esta fe. Tampoco soy anticristiana, como tampoco soy antimusulmana ni anticualquier creencia que se le dé la gana a la gente profesar. Me importa un pepino. Un tiempo me gustó la idea del politeísmo. Me parecía más fácil venerar al dios de la lluvia o al del aire que a uno solo que me costaba comprender. Sin dejar eso de lado, me he ido adentrando en la práctica de la meditación, el yoga y en filosofías orientales, que me gustan por su practicidad y por ser básicamente de este mundo, no del más allá.
Sin embargo, por alguna razón, me ha tocado vivir muy de cerca con personas verdaderamente católicas, creyentes y practicantes. Tengo que reconocer que varias de ellas se han ganado mi admiración total por su coherencia y ejemplo de vida. La última, una viejecita de 86 años con quien conviví en Sevilla, era la quintaescencia del catolicismo. Perteneciente al opus dei. Con eso digo todo. Puso a prueba toda la ecuanimidad que pude haber obtenido con mis prácticas de meditación. Entre otras cosas, tenía que ir a misa diario. DIARIO. Escuchar todo el tiempo rezos, rosarios, bendiciones, plegarias, María visión, radio María; entre imágenes de vírgenes, santos, Cristos, sagrados corazones, cirios, y demás objetos de culto. Aunque parezca increíble, esta señora también se ganó mi respeto, aunque tuve que padecerlo todo un año. Con su ideología recalcitrante, retrógrada y cerrada, esta mujer también resultó ser una persona coherente, entregada; que desde sus posibilidades y sus años hacía servicio a los demás... aunque a mí cómo me daba lata.
Me quejé hasta el cansancio. Mis amigos seguramente ya estaban hartos de escuchar la misma cantaleta... pero necesitaba desahogo. Estando de vuelta en México, lo último que quería escuchar era la palabra dios, pero la ley de Murphy existe. Me fui reencontrando con gentes que por una cosa u otra me hablaban de la biblia, de orar con fe, etc. etc. etc. Un poco harta, comencé a entrever cierta fatalidad del destino... ¿Qué significa todo esto?
Algunas gentes me conocen bien. Algunas de ellas, aún conociéndome bien, me quieren. Dos o tres me quieren mucho. Una de estas personas, un amigo entrañable al que yo adoro con todo el corazón, me quiere mucho y además, siempre está preocupado por mi bienestar. Me sigue la pista a donde quiera que vaya y nunca deja de estar al pendiente, pronto a echarme la mano con cualquier cosa que pueda necesitar. Al ver mi modesta forma de vida de desempleada recién llegada, me ofreció una televisión con dvd que por casualidad, tenía de más. Él sabe que prefiero el espacio a las cosas, y que no suelo ver tv, pero me convenció por el lado de las películas con palomitas. Encantado de que hubiera aceptado su sugerencia, llegó como los reyes magos con su preciado regalo. Instaló la tele, con su respectiva antena y también el dvd. Si algo puede salir mal, saldrá mal, en el peor momento. Feliz como todo hombre al saberse útil y apto para esas cosas que, en este caso yo, ignoro totalmente, entre cables, enchufes y adaptadores, me muestra el broche de oro: un video de María visión.
Un video de María visión.
María visión.
Un video.
Lo miro. Lo abro con la esperanza de que haya otra cosa adentro. Algo como El último tango en Paris o la última de Harry Potter. Nada. Es un video de María visión. Tal cual. Genuino y original.
Miro a mi amigo. No sé si es broma. No sé si se burla abiertamente de mi. No entiende qué me pasa. Quiero gritar, aventar el video, reír y tenderme en el piso a patalear. Me mira perplejo.
–¿Qué demonios es esto? Le pregunto tratando de disimular esa especie de ira, mezclada con risa e histeria.
–Es un video de María visión, qué, ¿ya lo viste?
¿Quién es este hombre?
¿Es él quién escuchó mis lastimeras quejas todo un año?
¿Siquiera sabe mi nombre?
–Es lo que tenía a la mano, me dice con sus ojitos de inocente.
Ni cuando me dijo que su novio se llamaba Alberto, y que yo lo conocía, me causó tanta sorpresa.
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