martes, junio 26, 2012

Jamonepsis


Introducción

Esta tarde es distinta. Es la primera vez que compraré un libro desde que llegué a Sevilla. Luego de tantas privaciones, viviendo con cien euros al mes, siento como si algo trascendente fuera a ocurrirme. Me arreglo como si fuera a tener una cita y me predispongo a pasar el tiempo necesario en la librería: quiero comprar algo que me sorprenda y que me sirva para hacer mi trabajo sobre literatura actual. Así, emprendo la marcha hacia la calle Tetuán y me interno entre todas esas ideas y hojas de papel. Luego de un tiempo indefinido, salgo con Una forma de vida de Amélie Nothomb y con 15 euros menos. Con un poco de prisa regreso a casa, abro una bolsa de dátiles y me preparo un expresso, le agrego un par de hielos, me pongo cómoda y observo el libro que tengo entre las manos. Contemplo un rato la fotografía de la escritora y me pregunto qué va a contarme este personaje, que en sí misma parece todo un personaje. Comienzo a leer y en la primera página ya estoy sorprendida: En efecto, Amélie Nothomb es el personaje de Amélie Nothomb. Algo así como lo que hago ahora: soy yo, escribiendo de mí misma. Lo primero que cuenta Amélie, es que recibió una carta de alguien desconocido y la transcribe. Me cautiva el hecho de que una novela tan reciente, se base en un hecho literario tan antiguo como el de escribir cartas. y además, me identifico por otras razones, y en otras circunstancias, yo a veces también recibo mensajes de algún desconocido a través de las redes sociales, como es el caso de éste, que recibí justo el día de hoy:

Buen día Itziar: Me llamo José. Estuve viendo tu perfil y tengo que decirte que me pareces una mujer muy atractiva e interesante. Me gustaría conocerte. Si te parece bien, podemos iniciar una correspondencia. Me parece que tenemos varias cosas en común y que podríamos tener una buena amistad. Si estás de acuerdo, espero tu respuesta. 
José.

Amélie Nothomb cuenta en pasado una experiencia que de alguna manera, yo estoy viviendo en el momento presente, así que decido comenzar mi trabajo “estilo libre” siguiendo las pautas que me va trazando la novela y ver si de alguna manera puedo empalmar mi historia con la de Amélie. Me parece un experimento interesante, que quizás me lleve a matar varios pájaros de un tiro: Hacer mi trabajo, escribir una especie de relato y entresacar algunas de las claves de esta escritora, que desde este momento, ya me tiene cautivada.

Desarrollo

He logrado sobrevivir en Sevilla gracias al hospedaje que conseguí a través de la Universidad. Así llegué a casa de Teresa, una señora de 86 años que vive sola en un palacio del siglo XVII. Teresa pertenece al Opus Dei, así que va a todas las misas y reza todos los rosarios que puede. Remata el día echando agua bendita en las sábanas de su cama “para que el demonio no se vaya a quedar ahí escondido”. A mi me hace gracia que una mujer de esa edad sienta que todavía puede tentar al mismísimo demonio. Después de celebrar este ritual, voy a mi habitación y retomo mi lectura de Nothomb. Me doy cuenta de que su manera de contar las cosas, con un estilo sencillo y directo, como si se tratara de una conversación entre amigos, me envuelve y me hace sentir tan cerca que podría decir que soy su confidente. Me muestra sus pensamientos de una manera sincera y directa, desnuda, como si uno hablara con uno mismo. Al mismo tiempo me aporta datos de sus personajes; es decir, de ella misma y del soldado que le escribe cartas; de su entorno, de los posibles escenarios y circunstancias. Analiza la carta y las posibilidades que pueden desprenderse de ella. Todo es verosímil. Entro a internet, busco información sobre ella, una personalidad cautivadora. Recuerdo entonces el mensaje de José, decido entrar a su perfil y mandar una respuesta:

Hola José, gracias por contactarme, aunque los detalles que se pueden saber sobre alguien en una red social en realidad son pocos. Así que, ¿qué me cuentas de ti? Saludos. 
Itziar.

Amélie Nothomb continúa su historia intercalando, mediante analepsis, historias paralelas que nos acercan aún más a ella misma y que hacen aún más creíble la historia que nos cuenta desde el principio. Todo se va integrando de una forma tan natural y coherente que la novela adquiere una estructura completamente sólida. Me hace pensar en la conexión retrospectiva que nos permite unir puntos aparentemente distantes en una relación directa y cercana. Busco en internet información sobre los soldados americanos en Irak, miro sus fotos para hacerme una idea de qué cara podría tener su personaje. De pronto, en tiempo real, descubro que José ha vuelto a escribirme:

Itziar: Gracias por tu respuesta. Tienes razón, un perfil en realidad no dice mucho de uno. Te cuento que tengo una empresa de jamón ibérico bellota, lo cual me he permitido hacer algo que me apasiona: viajar. Te mando unas cuantas fotos para que me pongas cara y sepas más o menos como soy. 
Saludos


Leo el mensaje y analizo el texto con calma: José dice tener una empresa de jamón, un producto que, en estas tierras, parece más sagrado que la hostia, y eso ya es decir. Me remonto a los primeros días que pasé en Sevilla. Lo primero que hice fue buscar inútilmente un estudio para practicar yoga tipo ashtanga. Encontré sitios de hatha y kundalini, dirigidos por profesores que piensan que por tenerte sentado una hora diciendo om, alcanzarás la iluminación; cobrándote además, no poco dinero. Así que, como no me interesaba pagar por una iluminación que se puede conseguir gratis a través de tanto sol que hay en esta ciudad, me decidí a salir a correr todos los días. Así, llegué al Parque de los Príncipes. Tras un par de semanas de ir asiduamente, entablé amistad con un jardinero del parque. Un hombre joven, fornido y alto, con un perfil como de descendiente del emperador Trajano. Una barba perfectamente recortada, nariz recta  y ojos castaños, serenos y benevolentes. Al principio pensé que estaba cometiendo traición a la patria, pues me pareció que podría ser la reencarnación de Hernán Cortés; pero no, su actitud no era la de un conquistador cualquiera. Total que entre pláticas sobre adelfas y pitusboros, terminé preguntándole sobre lo mejor de la comida andaluza, a lo que me respondió sin duda alguna:
–Lo mejor que hay en el mundo es el jamón.
–El jamón –repetí un tanto escéptica.
–Claro, nada se equipara a un buen jamón –aseveró como si fuera lo más natural del mundo–. Quizás una buena pierna de jamón solo sería comparable a una buena pierna de mujer… y aún así… un jamón bien cortaíto

Yo que siempre creí tener buenas piernas, descubro que en Sevilla, ante una pierna de cerdo, es mejor echarlas a andar y buscarse algún vegetariano. Abro el archivo adjunto y veo imágenes de un hombre delgado, como de 45 años, en los escenarios más diversos: la playa, las montañas, Londres. Parece alguien normal. En un último esfuerzo, antes de irme a dormir, le respondo:

José: Tus fotos son muy interesantes, se nota que te gusta ver el mundo. Perdona mi ignorancia, en realidad no conozco mucho de jamones. Me explicarías ¿qué tiene de particular el jamón bellota? Buenas noches. 


Sevilla es una ciudad irresistible. Aunque tengo mil cosas que hacer y dejar listas antes de irme a lavar platos a Ámsterdam en el verano, el solecito, la brisa y el cielo azul me impelen a dejar a Amélie Nothomb y salir a la calle. Desde hace tiempo quería visitar La casa de Pilatos, lo había aplazado por aprovechar un miércoles en la tarde en que la visita es gratis, así que, ya que hoy es justamente miércoles, salgo con la esperanza de no perderme en los laberintos sevillanos y conocer este lugar que me atrapó desde la primera vez que pasé por ahí. Sin muchos problemas doy con el sitio, pido la audioguía y simplemente con entrar y ver el patio del palacio estoy transpuesta. Nunca había visto algo así. Un palacio medieval que se ha conservado intacto, adornado con estatuas romanas, arquitectura mozárabe, jardines de ensueño y una cantidad de mosaicos, que mis pupilas se sienten totalmente saciadas de colores. Además, me dicen que el dueño de la casa fue“Don Fadrique, Primer Marqués de Tarifa”. Escuchar mi apellido en el nombre de otra persona, que vivió hace siglos por aquí, provoca que me emocione. Me siento en una banca y me quedo contemplativa. Entonces se acerca un guardia y entablamos una agradable plática:
–Sí, los moros eran muy listos –me dice refiriéndose a la arquitectura–. Lo único malo, es que los musulmanes son muy radicales.
Un guardia sensible –pienso yo, y me vienen a la cabeza todas esas imágenes de mujeres con velos, mutiladas, forzadas a casarse, que terminan suicidándose. No me queda más que estar de acuerdo con su afirmación; y entonces agrega:
–Mira que no comer jamón…
–¿Cómo? –pregunto un poco pasmada.
–Sí, ¿no sabías que los musulmanes no comen jamón? –definitivamente no supe qué contestar. Estoy comenzando a creer que el jamón posee una sustancia mística que transforma la percepción del mundo.

Regreso a casa y constato que Amélie Nothomb es experta en hacer juegos irónicos, me deja ver, a través de su escritura, una mente sensible e inteligente. Ubicada en su tiempo. Hace referencias a hechos actuales y comparaciones metafóricas novedosas que resultan agradables y agilizan la lectura. Me ofrece también su punto de vista, su visión del mundo. Me deja cuestionándome mi quehacer, mi relación con la vida. Miro sus fotos en internet, parece una mujer franca y decidida. Como era de esperar, me llega el aviso de un correo nuevo de José:

Itziar: Respondo tu pregunta, que la verdad me hace mucha gracia. El jamón bellota está hecho a base de cerdos que viven libremente en el campo y se alimentan principalmente de bellotas. No son cerdos que se reproducen en criaderos y que viven en malas condiciones. Si quieres saber más, entra a la página web de la empresa, para que te hagas una idea más completa. Por lo pronto, te mando otras fotos para que te hagas una imagen más clara de mi. Te cuento un poco. En la primera, estoy en la sierra, jajajaja, en la segunda en Oporto, una verdadera joya de Portugal jajaja. Después jajajaja voy en una romería. Y la última jajaja muy cerca del Peñón de Gibraltar. Tu dime, ¿qué te gusta hacer en la vida? 
Un abrazo.

Me quedo perpleja, justo eso me preguntaba en este instante. Leo de nuevo el mensaje y trato de dilucidar, como recomendaría el profesor Miguel Nieto, si hay algún subtexto escondido entre tanto jajaja. Me molesta. También me pregunto qué demonios pasa con Sevilla y el jamón, que es una constante que al parecer no deja de repetirse. Escucho en la otra habitación los rezos de Teresa en sintonía con Radio María y miro la cara de Amélie en la portada de su libro. No sé qué hago aquí. Tengo hambre, estoy acalorada y una sensación de incomodidad me recorre todo el cuerpo. Encuentro 5 euros en mi bolsa, decido ir al bar de la esquina y comerme una tapa de caracoles y tomarme una caña. En el camino me encuentro a Jesús, el hijo más joven de Teresa, que es un pintor reconocido. Me pregunta por su madre, le respondo que es la hora del rosario y en vez de entrar a visitarla, se va conmigo al bar.
–Te veo un poco agobiada –me dice antes de sorberse un caracol.
–He estado leyendo mucho –le respondo con cansancio.
Jesús ha visto mucho mundo, sabe de arte, de política y por supuesto, de comida; así que aprovecho para preguntarle sobre el misterio del jamón.
–En efecto, la calidad de la pieza tiene mucho que ver, pero un mal corte puede echar a perder todo. Hay un grosor adecuado, una cantidad de grasa justa, un ángulo específico que hace que el jamón prácticamente se desintegre solo en la boca: es todo un arte –me dice con ojos brillantes.
–Y, ¿dónde puedo probar algo así? –le pregunto expectante.
–Es cuestión de suerte. Unas piezas son mejores que otras y no hay forma de saberlo hasta que lo pruebas, pero cuando todo se conjunta, te das cuenta, créeme.
–O sea que tengo que ir probando jamones por todas partes, hasta que encuentre el adecuado, o hasta que él me encuentre a mí, como pensarían los orientales –respondo.
–Cuando pruebes un buen jamón vas a sentir una experiencia extática, como cuando ves una obra de Van Gogh o de Da Vinci por primera vez –me dice emocionado.
Una epifanía, como diría el profesor Carlos Peinado –pienso yo.


Itziar: Perdona el atrevimiento. Resulta que este sábado estaré en Sevilla por negocios. Quedaré libre a medio día y me preguntaba si aceptarías que te invite a comer. Siempre es mejor platicar en persona que a través de un ordenador, ¿no crees? Espero que no te parezca un abuso de confianza, dime qué piensas. 
Un abrazo.

Amélie Nothomb llega hasta las últimas consecuencias. Empuja la historia hasta un punto en que no hay retorno, en el que la distancia que ha puesto ella misma como escritora, de sí misma, que es el personaje, parece desaparecer por completo. Se hace a sí misma preguntas retóricas, buscando una salida, como intentando comprenderse a través de esa Amélie Nothomb que de pronto, parece acorralarse. La entiendo. Amélie Nothomb también podría llamarse Itziar Fadrique. Pienso en la propuesta de José y en el jamón. Quizás sea mi oportunidad de experimentar esa epifanía transmutadora que me cambie la visión del mundo.


Me pongo un vestido que de tanta sencillez, resulta elegante. Me arreglo lo necesario como para sentirme cómoda y segura. Mis emociones están completamente neutras. Llega la hora y me dirijo a encontrarme con un desconocido. Llamo a una amiga y rectificamos un plan de acción, por si las cosas se complicaran de alguna manera. Recorro las calles de Sevilla con calma, con una sensación de despedida. Pienso un poco en todas las circunstancias que se han dado para que yo esté aquí, en este momento, y sigo andando. Veo el restaurante al fondo de la calle, disminuyo el paso. Quisiera percibir el ambiente, buscar algún indicio. Pienso que si no me siento cómoda todavía podría irme sin que pasara mayor cosa. Justo en este momento, me topo de frente con José que acaba de bajar de su coche. Lo reconozco de inmediato, me sobresalta lo abrupto del encuentro. Me saluda con amabilidad. Corroboro que es el mismo de las fotos y del jajaja. Educadamente me invita a pasar al restaurante y ocupamos una mesa. Pedimos varias tapas para compartir y un vino blanco. Como yo estoy un poco cortada, él toma la palabra. Me cuenta de los cerdos, de cómo viven en el bosque de álamos, de cómo se alimentan de bellotas, de cómo abrevan en un arrollo, de que corretean libremente. Me cuenta de su casa en la sierra de Badajoz, donde tiene una cava repleta de distintos vinos para descorchar según la ocasión. Me habla también de su casa en playa, de la piscina, del mar y de la arena. Me cuenta también un poco de su divorcio y de sus dos hijas, que son su razón de vivir. Me habla de sus viajes, de los gustos que puede darse con frecuencia gracias a la organización que ideó en su negocio, para no estar atado. Me deja claro que vive bien, que no le falta nada. Poco a poco, yo comienzo a contrapuntear la charla con la realidad de mi vida, le cuento cómo es vivir con cien euros al mes, en la casa de una fanática religiosa y con todo tipo de privaciones, con tal de seguir un impulso, con tal de hacer lo que yo creo que debo hacer: encontrar mi camino. José me mira con curiosidad y me escucha con atención.
–Veo que no eres materialista –me dice entre sorprendido y contrariado–. Te entiendo, el dinero no es lo esencial. Yo podría vivir debajo de un puente con lo mínimo, si tuviera al lado a la persona correcta.

No sé si José piensa que soy tan idealista como para creerme lo que me dice, pero no me molesta su ingenuidad, a fin de cuentas, es problema suyo. La comida es buena y el vino, para mi gusto, es un poco empalagoso, pero tampoco está mal. José sigue preguntándome sobre la música. Yo le cuento con tranquilidad y un poco de nostalgia sobre ese mundo, que ahora me parece un poco distante, lejano. Le confieso que extraño mi piano y pensar en él, siempre me sobrecoge un poco. De pronto, el ambiente se carga por esta sutil emoción que crea un pequeño lapso de silencio. José me mira a los ojos:
–Eres una valiente –me dice.

Me pregunta también qué haré en el verano. Le cuento que me iré a Holanda a probar suerte, con la esperanza de encontrar algún empleo temporal, para ver si junto lo necesario para reponer un ordenador que “alguien se encontró y no me devolvió” en la universidad. De pronto, algo cambia radicalmente en el ambiente. Este hombre que había llegado a impresionar parece que se ve súbitamente sorprendido. Comienza a ofrecerme sus pertenencias. Me dice que puedo quedarme en su casa de la playa, que tendría privacidad absoluta, terraza, jacuzzi, piscina, sauna, mar, sol, arena, peces. Que si prefiero, puedo ir también a su casa de la sierra, donde tiene muchas habitaciones, me dice que tendría mi baño propio, acceso a la cava y por supuesto, a los jamones. Me promete que me enseñará la técnica, que me develará los secretos del buen corte y que me volveré una experta. Me dice que podré ver a los cerditos corriendo libremente a través del bosque y disfrutar de esa vida campirana en la que tendré todo el tiempo y la privacidad necesaria para inspirarme y escribir, o componer o hacer lo que me de la gana. 
–Te lo ofrezco de corazón, sin que implique compromiso alguno. Vaya, que no significa que tenga que haber algo más, es decir, que no tenemos que dormir juntos ni nada por el estilo –me dice esto con la misma convicción en los ojos que la que tenía antes, cuando me hablaba del puente.

Yo me pregunto ¿porqué este señor, que tiene todo, necesita que yo necesite lo que tiene? El demonio no está escondido en las sábanas de Teresa. Lo tengo enfrente y trata de tentarme con los mejores jamones que hay sobre la faz de la tierra. Pero es tonto, si hubiera visto bien mi perfil en la página social, se habría dado cuenta de que podría haber obtenido mejores resultados ofreciéndome un simple plato de enchiladas verdes.

Sección conclusiva

Amélie Nothomb termina estrechando tanto la distancia entre escritora y personaje que incluso se pregunta: “Amélie Nothomb, ¿puedes decirme qué estás haciendo?” Entonces se confiesa, y habla de la escritura, de la técnica, de su voz. En una especie de monólogo un tanto duro y certero, se cuestiona sus actitudes, sus ideales, su visión del mundo. Dice que escribe para liberarse, principalmente, de ella misma. Me pregunto si por esta razón somete a su personaje a una situación extrema. Entonces me cuestiono a mi misma, Itziar Fadrique, ¿por qué demonios te metiste en esta situación? Miro por la terraza el atardecer sevillano, pienso en mi ordenador perdido, en los kilómetros que he andado para no pagar el autobús, en lo que dejé y en lo que tengo y me siento bien. Me pregunto si todavía será necesario desnudarme aún más, si tendré que andar muchos más pasos, si todavía tendré que renunciar a muchas más cosas para encontrar lo que estoy buscando. Y entiendo entonces que el camino que recorro está hecho de vueltas en espiral, que es interminable. Descubro que en realidad,  el camino soy yo misma.




2 comentarios:

Lou dijo...

Hola, muy bueno el relato, me encanto. La "conclusiva" creo que refleja lo que muchos tratamos de encontrar dia a dia, a nosotros mismos. Y ese demonio te ofreció el paraiso menos lo que tu necesitabas un trabajo, pero ah que tentador. Debo aceptar que tambien amo las enchiladas y no tengo color predilecto me encantan por igual, y aunque no lei tu perfil en la página social, creo que quien ama la comida de su tierra es porque la lleva en el alma, esta tierra rica en sabores en colores en olores que es México, ese sutil encanto de sentir en cada sabor un recuerdo. Y para alguien que esta fuera de la emoción es más intensa. Esperamos más relatos, saludos !!

H dijo...

Gracias por tu comentario! Ne alegra mucho que hayas disfrutado el texto... abrazos mexicanos!