sábado, noviembre 27, 2010

zapatos perdidos

Pesadilla segunda.


Estoy en una suite de lujo en un hotel de la ciudad de Durango. Daré un concierto con la orquesta de la ciudad, interpretando el 20 de Mozart. Todo es perfecto, la gran cama con sábanas suaves y almohadones gigantes, mi vestido de seda rojo asimétrico listo para la ocasión, los pendientes de perlas. En mi mente no deja de resonar el segundo movimiento interpretado por Artur Rubinstein, que aunque según muchos no respeta el estilo, me encanta. Con una excitación nerviosa y cosquilleante voy entrando en sueño profundo y la oscuridad es completa. Estoy feliz.
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Un ligero castañeteo me despierta de pronto, no sé qué es. Aguzo el oído y compruebo que el sonido existe realmente y que poco a poco se va haciendo más claramente audible, mis ojos no distinguen nada en medio de la total oscuridad. El castañeteo aumenta y se multiplica, sí, se escucha de distintas fuentes. No encuentro el interruptor de la luz, pero choco con la lámpara de la mesita junto a la cama. Torpemente logro prenderla, volteo la cabeza y me quedo helada: el piso del cuarto está lleno de alacranes. Todos son rojos y de distintos tamaños, vienen avanzando hacia mí con las colas levantadas. Por si fuera poco, alcanzo a ver que algunos tienen en su cola un cascabel como el de las víboras, que sacuden gustosos anunciando la fatalidad de su ponzoña. Todavía hay algunos huecos libres en el suelo, podría salir corriendo y dando algunos saltos llegaría a la puerta para escapar. Desde la orilla de la cama me estiro todo lo posible para abrir el armario. Miro mi vestido colgando y me paralizo por completo: no hay zapatos.
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Los olvidé.
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Mientras tanto han llegado más alacranes y yo no me atrevo a tocar el piso con los pies desnudos.
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No quedan más huecos.
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Se me eriza la nuca y transpiro profusamente en frío.
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Siento su peso liviano sobre mi sábana.
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Días después me llamaron de Durango, se canceló el concierto.
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