domingo, noviembre 25, 2007

una de piratas


Hubo un tiempo, en el que todo se tornó tan negro, que pensé que jamás volvería a ver la luz. Peor aún, constaté cómo esa negrura puede tornarse más profunda, más estrecha y más asfixiante cada vez; sucede que, cuando se piensa que se ha llegado a un límite, este se ensancha: la oscuridad solo termina cuando lo absorve todo, cuando se transforma en muerte.
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Con la vida todavía a medio deshacer naufragué en un mar de silencio y hostilidad. Todavía alcanzaba a ver algunas luces; sin embargo, cuando me les aproximaba éstas se apagaban, menguando así mis fuerzas y confundiendo mi rumbo cada vez más. Un día, por pura casualidad pasé frente a la Nacional de Música y tuve el atinado impulso de inscribirme a la maestría en composición. Desde la primera entrevista, sentí un lazo de afinidad con este personaje que casi ni sabía que existía; sin embargo entré a la cátedra de otra persona, desatinada decisión, que terminó por hundirme en el mar de la desesperación. Lo negro, se tornó más negro. La muerte, el hambre, el dolor, la pérdida; todo giraba a mi alrededor como fieras que quisieran devorarme. El Miedo, la tristeza, el terror, el desánimo... trataba de mantenerme a flote pero a veces las fuerzas no me alcanzaban. Buscaba las luces y éstas se iban, me dejaban sola. Caí en el más profundo silencio, en el absoluto mutismo.
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En medio de tanta turbación una voz insistente de pirata me preguntaba... ¿qué quieres?, ¿qué haces aquí? Presa del terror yo apenas balbuceaba y en silencio le respondía: Solo quiero sobrevivir. Aunque no me oía, parecía entenderlo y quizás por eso nunca dejó de preguntar.
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Por otra parte yo confiaba en ella; su educación, refinamiento, experiencia, juventud y género: Mujer. Mi barca maltrecha se tornó aún más inestable y yo, en afán de conservarla apenas respiraba; esto la impacientó y su constante presión me quitaba aún más las fuerzas; sentía que el agua me llegaba a la naríz, sin embargo, nunca me tapaba, ya que por el otro lado tenía, sin yo saberlo, al pirata sacándola a cubetadas; y seguía preguntando... ¿qué quieres? ¿qué haces aquí? Yo seguía respondiendo en silencio: Solo trato de respirar. A lo que él parecía responderme: Pues respira entonces!.
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Aunque yo seguía inmersa en el mutismo y la inmovilidad, fui ganando poco a poco confianza en este pirata. Un día me dijo: Tenemos ya que investigar qué quieres, qué tienes adentro. Así fue como comencé a hurgar en lo desconocido. Me subí al barco con él y sus secuaces para buscar lo que quería. En mi fantasía descubrimos que quería una flor, y ese mismo día me convirtieron en una. En una orquídia, concretamente. Ese día reí, ese día bocanadas de aire fresco llenaron mis pulmones, ese día pensé que podría estar bien.
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Con estas fuerzas recubrí un poco mi barca, sin embargo, lo peor aún no había sucedido. El pirata enfiló a otros mares y en su ausencia viví más tormentas, más dolores y más ultrajes; pero al fondo de todo yo siempre veía una orquídia y decía: Eso quiero, eso soy. Descubrí que la misoginia más cruel es la que cometen las mismas mujeres y ésta casi me mata. Sin embargo éste pirata ya me había tendido un lazo del que yo estaba agarrada fuertemente y pude, de nuevo salir a flote.
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Hoy, sigo trepada en el barco de estos seres raros, comandado por un pirata de los más locos; un pirata que descubre y no somete, un pirata libertario y valiente que con el mayor descaro te despoja de prejuicios y academias, de tareas y sistemas, para que al verte sin nada en verdad inventes y generes tu propio mundo, tu verdadera identidad. Mi barca ya no existe, pero ya no la necesito; con él he aprendido que es mejor nadar o volar libremente, sin ningún tipo de ataduras.
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El otro día este personaje y sus secuaces contaban chistes de todos colores y en todos los tonos, propios de hombres y de piratas; en medio de carcajadas me pidió una disculpa y me dijo con toda franqueza: "Perdón, pero prefiero perder una alumna a perder un chiste". Entonces caí en la cuenta de que yo era la única mujer ahí presente, lejos de molestarme yo reía de buena gana junto con todos y pensé de nuevo en silencio, pero en su mismo lenguaje: ¡Coño! ¡qué suerte tan puñetera, me he convertido en uno de ellos!...

1 comentario:

Don Garbanaldo dijo...

Chica, muy bonito post, muy bonito...
Felicidades. No estamos leyendo.