viernes, julio 20, 2007

fantasía póstuma


"... los labios secos, los pies ardiendo y zumbando con cada latido del corazón, hinchados y hastiados como los ojos por ver tanto arte, tanto museo, tanto París. Llegó a un café discreto con la única finalidad de satisfacer algunas necesidades básicas; cosa de enorme dificultad para un turista cualquiera en París: quería pasar a un baño principalmente, tomar algo refrescante y sentarse en un lugar cómodo a descansar un rato. Sentado por fin y dispuesto a saborear el té helado de mora azul que encargó a la mesera, decide acompañarlo con un poco de su lectura de Borges. Saca una edición barata de bolsillo y lo recorre hasta llegar al pequeño doblez que le indicaba la página 231 como la última leída el día anterior; levanta la vista para tomar un sorbo de té y así fue como la vio por primera vez... Sacaba también un libro; atónito descubre que la cubierta es la misma: Borges de bolsillo. Observa sus manos recorrer el libro hasta que encuentra una pequeña pestaña en una hoja... la página 231. En ese momento ella alza la vista para tomar un sorbo de su expresso cortado y sus miradas se encuentran. Justo en ese instante, sin que ellos lo supieran y sin decir ni una palabra, sus destinos quedarían irremediablemente enredados para siempre..."
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Luego de escuchar esta fantasía que con tanta emoción contaba Ramón Montes de Oca, estallé en una franca carcajada, no porque fuera graciosa en sí, sino por cómo la contaba él. Me llevaba lo suficientemente bien con Ramón como para burlarme abiertamente de él sin que, según yo, se molestara.
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Hace 3 o 4 años fuimos grandes amigos, todavía lo recuerdo levantando su enorme mano peluda mientras excalama emocionado "maravilloso"; para luego enrrollarse los bigotes. Los términos eran simples: comer rico, ir al cine y no hacer caso de cualquier propuesta deshonesta que pudiera surgir. Más allá de eso, el era una especie de papá-colega-confidente con quien podía hablar de todo. Ramón también fue dentista, razón por la cual tenía algunos conocimientos médicos; le gustaba presumir de historias en las que salvaba vidas de diferentes personajes, sin aceptar jamás alguna retribución de los exmoribundos agradecidos. Yo sabía que eran puros cuentos, pero por complacerlo, y a veces también por divertirme, le pedía una y otra vez que las contara...
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Nos distanciamos luego de que por alguna razón que no recuerdo, llegué desconsolada de Egipto. El seguramente encontró algunos oídos mas respetuosos para sus historias y, porqué no, que no consideraran deshonestas sus propuestas.
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Hoy, que son ya más de 6 meses de que falleció, pensé en él y recordé su fantasía Borges.
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Al tiempo que reía un poco, se me escapó una lágrima.
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Descansa en paz Ramoncín.

lunes, julio 16, 2007

Esencia

Antes de que dios fuera dios ya existía y tenía un nombre. Los pobladores del lugar la llamaban simplemente por lo que es, una roca desde la que se ve el mar.
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Los hombres salían mucho al océano, y en este punto se reunían las mujeres a esperarlos, a verlos llegar. Muchas veces estos llegaban cargados de merluzas y ballenas, o mercancías que intercambiaban con vikingos u otros pueblos marinos. Otras veces tardaban en llegar y muchas otras no volvían.
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Pero siempre, al rededor de la roca esperaban las mujeres, ilusionadas a veces, temerosas otras, fuertes y arraigadas a su tierra, a sus quehaceres y a su amor. En torno a esta piedra se contaron mil leyendas y aventuras, se vislumbraba la alegría de una vela o se sucumbía ante la agonizante espera.
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Algunos viejos dicen que si escuchas con atención, el silbido del viento te platica sus historias, yo, en una tarde, escuché varias. Recuerdo una de un guerrero que peleó por la libertad en una isla vecina, un hombre generoso y valiente, que supo dar y entregó todo por su causa. Sin embargo, fue traicionado por su amada y loco de dolor en una pequeña embarcación se retiró al mar para navegar sin rumbo, nunca fue capaz de volver a tocar tierra; pero a veces, en las zonas bajas del peñasco, el viento entra y hace retumbar su lamento en las grietas del acantilado.
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Se hablaba de embarcaciones enteras que habían sucumbido ante hechizos de sirenas,o de brujas que bailaban en los akelarres; de temibles monstruos marinos o de batallas contra otros pescadores. Se inventaron rezos, conjuros y talismanes. Funcionaron. Cada vez menos hombres se perdían en el mar. A lo único que no se le encontró remedio fue a los fantasmas, ya que estos se incrustan en la mente; aún en la mas inteligente.
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Gracias a estos remedios y a algunos avances tecnológicos, desde hace mucho tiempo las mujeres ya no visitan la roca; que antes de que el tiempo fuera tiempo fue llamada Itziar; sin embargo ella permanece, e imperturbable mira al mar y espera, le sigue esperando.